Mar vibrante La poesia a la mar

“ Y cuando llegue el día del último viaje,  esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 
casi desnudo, como los hijos de la mar”
Antonio Machado. 

En mi travesía lejos de mi pueblo natal, las reminiscencias de antaño siguen fluyendo como un río imparable por las calles que me vieron crecer, bailando en las sombras de la nostalgia. Cada esquina, cada rincón, recrea en mi memoria la anarquía luminosa de la juventud insurrecta, los juegos en las playas doradas que abrazan la costa con su espuma salada.

El recuerdo de mis amigos de la infancia, compañeros de travesuras y cómplices de sueños inacabados, se entrelaza con el eco de las risas que desbordaban en el colegio Divina Pastora, semillero de ilusiones y cuna de mi despertar como escritor en ciernes. Fue allí, entre pupitres y pizarrones, donde mis primeros versos encontraron la luz, inspirados por la presencia etérea de aquella niña de ojos verdes y sonrisa perfecta, musa de mi imaginación infantil, estrella inalcanzable en el firmamento de mis fantasías pueriles.

Cada verso, cada estrofa, es un guiño al pasado que se despliega como un abanico de emociones en el lienzo de mi memoria. Es en esos momentos de introspección donde el mundo cobra un matiz distinto, donde la inocencia perdida se convierte en el motor de la transformación inevitable del hombre que soy hoy. A través de la poesía, reconstruyo los pedazos de un rompecabezas añorado, donde cada pieza encaja con la precisión de lo vivido y lo soñado.

En la amalgama de recuerdos y anhelos, en la evocación de aquella niñez dorada que se desvanece en el horizonte del tiempo, hallé el tesoro más preciado: la capacidad de valorar el mundo que me rodea, de apreciar la belleza efímera de cada instante, de abrazar la existencia con gratitud y asombro. Mi poesía es un canto a esa infancia perdida y reencontrada en las páginas de un libro abierto de par en par, donde las palabras son el hilo conductor que me guía de regreso a casa, a ese lugar donde late mi corazón en sintonía con el universo que me abraza.

“ Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar”

Antonio Machado

Canto I

Cuando el viento me empuje a mi nave sin retorno,

me iré sin equipaje,

casi sin ropa, en la mar de sietecolores.

Seré un eco en la claridad del sol,

como una sombra que se desvanece en la bruma,

un susurro perdido en las montañas de San Rafael,

un destello fugaz sobre las aguas en Saladillas.

Desnudo de las cadenas del tiempo,

libre como los hijos de la mar

mi ser se fundirá en el lecho marino,

en un abrazo cósmico, en un silencio eterno.

En mi viaje final, sin rumbo ni destino,

me entregaré al abismo con valentía,

seré parte del cosmos, un pequeño camino,

en la vastedad del universo, pero mi poesía hablará, aunque yo esté en silencio.

Así, cuando la nave parta hacia lo incierto,

no me encontrarán atado a la tierra,

seré un viajero en busca de concierto,

de estrellas acompañada de la luna y la mar.

Canto II

En el susurro de olas vibrantes,

los colores de la mar danzan con intensidad.

Canto a mi pueblo, canto, como las montañas rugiendo,

canto bajo el sol radiante entre los cocotales verdes.

Las calles son tocadas por la brisa marina,

se escuchan los ecos de las voces misteriosas, de tiempos antiguos.

Canto a las risas, a las lágrimas a las esperanzas divinas,

canto a esta tierra única donde yo he crecido.

Canto al aroma dorado de cafetales al amanecer,

canto a las risas de niños jugando en el río Birán.

al Abrazo cálido de mi gente

canto a cada nota de gratitud que late en un corazón agradecido.

Canto al fogón del hombre humilde, en el barrio sereno y sencillo,

a las manos de los pescadores tejidas de esfuerzo y fe.

Canto al reflejo de un rostro marcado por el sol amarillo,

canto a mi pueblo en su música, en su baile que es poesía y yo lo sé.

Canto al vaivén de las palmeras al ritmo del viento incesante,

a la lluvia sagrada que cae en los techos de zinc de madrugada.

a las risas compartidas, de los niños que juegan en la arena

soy parte de la vida que palpita sin fin.

Canto a mi pueblo, con sus tradiciones que perduran,

vuelo entre las tormentas que renace.

soy cada latido, cada pulso, cada alma que camina,

soy la tierra en mi sur, soy luz que abraza.

soy esos sueños compartidos, en anhelos colectivos,

que se funde en una inmensidad luminosa.

Canto a mi pueblo con amor y agradecimiento vivo,

porque en cada ser late la esencia más hermosa.

Canto a mi pueblo, en un canto eterno, sin medida,

canto a su cielo claro que nos abraza con sonrisa rendida.

Canto III

Bajo la sinfonía del viento danzante,

y en la cristalina pureza del agua,

se esparce el rocío inmenso,

con el estremecer de una estrella brillante,

este canto te dedico, hondo y sincero.

En su trino febril, el pájaro nombra,

tu nombre en el arco de mi universo,

donde la calidez de mis palabras

resonará en el eco claro del sur,

desvelando todos mis pensamientos.

Se vuelven verdes los árboles altos

de la montaña inmutable, eterna,

en ti no hay estaciones que despierten

las sombras del tiempo que se esfuman.

Tu sol y tu esperanza resplandecen

en el tren dorado hacia el horizonte,

rumbo al ingenio donde el alba despierte

ese abrazo eterno del día naciente.

Con la melodía del viento como guía,

que nace en las olas del mar profundo,

soy compañero en tu sendero,

hasta los bateyes, donde aguarda la vida.

Entre los sueños del viento danzarín,

y la transparencia del líquido espejo,

el vasto calor se despliega sin fin,

el estremecer de una estrella en cielo,

dedico este canto, misterioso y sutil.

En la sinfonía de sombras que se entrelazan,

y en la pureza oculta de lo que no es,

fluye el rocío, néctar que todo abraza,

con el temblor de estrellas sin aridez,

este verso que enlaza.

Letanías de murmullos clandestinos,

mencionan nombres que desconocemos,

abriendo arcos en lo más clandestino,

laberintos de la mente que florecemos,

donde la calidez se torna esquivo destino.

Las ternuras y las palabras revolotean,

en un eco confuso, ajeno al sur claro,

en las fronteras de un pensamiento que enloquecen,

donde las verdades se vuelven raro aclaro,

en la confusa realidad que nos embriagan.

Los árboles cambian, mutan su naturaleza,

en montañas de papel y ríos de tinta,

las estaciones son mentiras sin certeza,

en un túnel sin fin, en un maremágnum que silba,

desequilibrando la eterna certeza.

Sol y esperanza se escapan iracundos,

en un tren sin rieles, en un viaje sin término,

hacia el territorio del entendimiento fecundo,

al borde de un alba surreal, de un despertar desatino,

rumbo al ingenio de sueños profundos.

La música del viento es caótica y feroz,

brota de la mar sin rumbo ni razón,

compañero incierto en un viaje atroz,

por senderos de confusión,

hasta los bateyes de la sinrazón.

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Marino Berigüete

Diplomático de carrera,Abogado Máster en Ciencias Políticas, Máster en Relaciones Internaciones,UNPHU Postgrado Procedimiento Civil, UASD/ Escritor y Poeta.

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