Autocensura poética.

Comencé mi periplo en el ámbito literario escribiendo poesía. Tenía la tierna edad de diecisiete años, un umbral que se iluminaba con las posibilidades del mañana, aunque, en mi pequeño Barahona, los volúmenes de poesía que arribaban al Ateneo eran tan contados que a menudo parecían espejismos en la desmesura de la prosa. Aquellos días mi pueblo constaba con algunos poetas merodeadores, de declamadores improvisados que, con la autenticidad de su voz, resonaban en las almas como ecos de un tiempo olvidado. Mi primer poema nació como un homenaje a una ilusión infantil; a partir de ese instante, las palabras comenzaron a fluir, dando vida a mi primer libro, titulado “Mujeres”. En esa época, ni siquiera había tenido el placer de descubrir a Baudelaire, el poeta juvenil que años más tarde me cautivaría, ni a Verlaine, Rimbaud o Keats. Para mí, los titanes de la poesía eran Rubén Darío y José Ángel Buesa, cuyas obras alumbraron el ecosistema poético que empezaba a gestarse en mi interior.

Con el tiempo, mi horizonte literario se expandió: comencé a escribir cuentos y novelas, así como nuevos libros de poesía “Odas a Barahona”. Durante mi exilio diplomático, un amigo me recomendó que leyera más poesía para enriquecer mi prosa. Y en ese tránsito, me descubrí ya como lector de versos, aunque lo hacía sin la pasión que el arte requiere. Fue entonces cuando ingresé en ese universo implacable que es vivir en la poesía: respirar poesía, reflexionar sobre ella y cuestionar su esencia. Sin darme cuenta, la narrativa comenzó a distanciarse de mí, como un barco que se aleja en el horizonte.

Así, corrí por los laberintos de Borges, donde cada palabra, cada frase, era un pasadizo que conducía a un mundo de infinitas posibilidades, donde la ficción y la realidad se entrelazan en un abrazo imposible. La profundidad de Octavio Paz me envolvió con su riqueza simbólica, desnudando las entrañas de la existencia en ensayos que vibraban con la música de la introspección. De Luis García Montero, absorbí la claridad, de esa luz diáfana que revela las sutilezas de lo cotidiano y, al mismo tiempo, las grandes interrogantes que nos atormentan.

Las inquietudes de Joan Margarit resonaban en mí como ecos ; su poesía me revelaba la angustia de ser humano, la belleza trágica de la vida en sus versos íntimos. La audacia de Huidobro me retaba a romper las convenciones, a explorar el terreno fértil de la palabra nueva, mientras que el asombro constante de Lezama Lima me invitaba a descubrir lo extraordinario en lo aparentemente ordinario, a sumergirme en un universo donde cada rincón guardaba secretos por desvelar.

Las sutilezas de Poe me susurraban al oído, haciéndome cómplice de sus poemas oscuros, donde lo macabro se convierte en belleza; Pessoa, con su multiplicidad de voces, me convocaba a la reflexión y me enfrentaba a la complejidad de la identidad. La grandeza de Vicente Aleixandre se entrelazaba con el misterio de Mallarmé, cuyo simbolismo me obligaba a mirar más allá de lo visible, a desafiar la lógica en una danza verbal llena de melancolía. En el universo sonoro de Juarroz, hallaba la musicalidad que me acompañaba en cada paso, mientras que la teatralidad de Shakespeare me recordaba que la vida misma es un escenario poético, lleno de personajes y conflictos.

Como un viajero en un océano literario, me dejaba llevar por el epicismo de Dante y la americanidad visceral de Whitman, quien, con su canto a la libertad, me enseñaba a celebrar la diversidad de la existencia. La pasión de Neruda, ardiente y romántica, incendiaba mis inquietudes más profundas; al sumergirme en la complejidad de Wallace Stevens, comprendía que la poesía es una búsqueda constante del sentido en lo aparentemente banal. El deseo de Cavafis despertaba en mí un anhelo por lo perdido, que la melancolía lorquiana me abrazaba con su tristeza, recordándome que, a menudo, el arte nace del sufrimiento y la nostalgia.

T.S. Eliot con su crudo realismo y Ezra Pound con su otredad impulsaban mis ensoñaciones literarias aún más, invitándome a participar en un diálogo dinámico con la historia poética. Pero en este constante ir y venir entre contemporáneos y poetas surrealistas, me fui arrinconando en un laberinto de autocensura, donde las palabras se convertían en cadenas que limitaban mi expresión. A medida que absorbía la esencia de estos gigantes, la sombra de su grandeza proyectaba una enorme angustia en mi propia voz poética. En esos momentos, me sentía como un diminuto grano de arena en un desierto infinito de voces inmortales, susurrando en el viento, incapaz de encontrar mi lugar, como si el destino me hubiera confinado a permanecer en un rincón oscurecido de esta vasta escena literaria.

Así, la travesía poética se convirtió en un constante enfrentamiento entre el deseo de crear y el temor de no ser suficiente, entonces cada palabra escrita era para mí una batalla entre la esperanza y la duda. Pero a pesar de sentirme insignificante ante la enormidad de los grandes poetas, el impulso de seguir adelante persistía, guiándome hacia la luz que también emana del descubrimiento de mi propia voz, una búsqueda interminable que promete iluminar mi camino en este amplio laberinto de palabras.

A lo largo de esta travesía, que a menudo se convierte en una batalla interna con las palabras, he tenido la fortuna de contar con tres amigos invaluables, quienes han sido un punto en mi camino creativo. Plinio Chahín, siempre presente con su aliento inquebrantable, me recuerda la importancia de persistir y no abandonar la pluma, incluso en los momentos más oscuros. Basilio Belliard, con su silencio elocuente, me empuja con un libro en las manos recomendándome a profundizar, a buscar, con paciencia y dedicación, ese tono poético que resuene con autenticidad. Y Osiris Madera, con su aguda sensibilidad, siempre encuentra la palabra precisa, esa chispa que enciende nuevas luces en mis versos.

Escribir poesía ha sido para mí una tarea ardua, un desafío constante; más que una mera actividad, se ha convertido en un proceso de autodescubrimiento. Durante más de ocho años, he estado embarcado en esta travesía, juntando palabras, intentando orquestar un sonido fiel a mis pensamientos, que refleje la honestidad y profundidad de mi visión del universo poético. En este vaivén de crear y destruir, de corregir y volver a empezar, he pasado incontables horas corrigiendo, arrancando páginas con desilusión, solo para comenzar de nuevo con renovada esperanza.

He buscado inspiración en los poetas que han marcado la historia de la lírica: desde los románticos con su desbordante pasión, hasta los surrealistas y sus imágenes oníricas que desafían la lógica, pasando por la poesía de la experiencia, que me ha enseñado a hallar lo extraordinario en lo cotidiano. Este viaje me ha llevado a dialogar con otros poetas, a nutrirme de sus visiones y experiencias, a absorber lo que cada uno tiene que ofrecer.

En este largo proceso, no solo he intentado encontrar mi voz, sino también mi propio pensamiento reflexivo sobre lo que significa hacer poesía. He aprendido que la poesía es, en esencia, un diálogo interno con el mundo, una manera de transformar lo intangible en palabras, de darle forma a lo que, de otro modo, quedaría oculto en los rincones más profundos de la mente y el entorno. Aún persiste la lucha; sin embargo, siento que cada día me acerco más a encontrar ese tono único, ese reflejo fiel de mi ser poético.

A lo largo de este recorrido, han nacido varios libros que, aún inéditos, esperan ser publicados. Algunos han sido leídos por amigos cercanos; otros aguardarán hasta el año que viene para ver la luz. Y aunque cada día me alegra más la frase de Borges, quien se enorgullece más de los libros que ha leído que de los que ha escrito, aspiro a seguir rompiendo las cadenas de la autocensura. Mi anhelo es seguir caminando, juntando palabras y construyendo, como un albañil que edifica su propio mundo poético; un universo que quizás no sea tan vasto como el de las palabras, pero que, sin duda, es mi mundo, y nada más.

Hasta el próximo artículo.

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Marino Berigüete

Diplomático de carrera,Abogado Máster en Ciencias Políticas, Máster en Relaciones Internaciones,UNPHU Postgrado Procedimiento Civil, UASD/ Escritor y Poeta.

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