Abinader y Blinken.

En el mundo cambiante del escenario de la política internacional, la relación entre los Estados Unidos y la República Dominicana ha comenzado a escribir un nuevo capítulo bajo el mandato de nuevo periodo gub

ernamental de  Luis Abinader. Lo que antes parecía un delicado equilibrio entre naciones desiguales hoy se ha transformado en una alianza sólida y estratégica, testimonio del cuidadoso manejo que ambas partes han hecho de sus intereses compartidos en un Caribe caracterizado por asimetrías históricas, tensiones regionales y fluctuaciones geopolíticas.

Desde la administración demócrata de Joe Biden, la mirada hacia Santo Domingo se ha intensificado, pasando de la mera cortesía diplomática a un entendimiento profundo de la posición estratégica que ocupa la República Dominicana en la región. Para los Estados Unidos, este pequeño pero crucial país caribeño ha dejado de ser simplemente un vecino, y se ha convertido en un socio confiable en asuntos que van desde la seguridad hasta el desarrollo económico. En este juego de intereses, Abinader ha sabido capitalizar las oportunidades, colocando a su nación como un actor de peso en la región.

La política exterior estadounidense, guiada por los principios de estabilidad, seguridad y desarrollo, ha encontrado en Abinader un aliado pragmático. Así lo demuestra el reciente acuerdo de “Cielos Abiertos”, que trasciende lo meramente protocolario y se convierte en un puente tangible entre ambas naciones. La facilidad de vuelos no solo incrementa el turismo, columna vertebral de la economía dominicana, sino que abre la puerta a un flujo constante de inversiones y oportunidades comerciales. Cada avión que aterriza en los aeropuertos dominicanos transporta, además de turistas, una promesa de crecimiento y expansión económica.

El turismo, vital para la República Dominicana, ha encontrado un nuevo impulso gracias a esta relación estratégica con Washington. No se trata solo de cifras, sino del renovado interés por la nación como un destino seguro y próspero. Los visitantes estadounidenses, más que una fuente de ingresos, son un símbolo de la confianza depositada en la estabilidad política y económica del país. Esta dinámica, sumada a la inclusión de los ciudadanos dominicanos en el programa Global Entry, refuerza la percepción de un gobierno que ha demostrado su capacidad para gestionar de manera eficiente la seguridad y la movilidad de sus ciudadanos.

El escenario de seguridad y cooperación migratoria es solo una faceta de esta relación que florece bajo la atenta mirada de la comunidad internacional. Las recientes visitas del secretario de Estado, Antony Blinken, son más que encuentros diplomáticos: son manifestaciones claras de la importancia que la República Dominicana ha adquirido para los Estados Unidos. Blinken, en su discurso desde el Palacio Nacional, destacó la relevancia de esta alianza, señalando que el crecimiento económico dominicano es el más sólido del Caribe. Y aunque estas palabras podrían parecer un cumplido, en realidad reflejan una realidad irrefutable: la economía dominicana ha crecido con resiliencia, cimentada sobre políticas responsables y un ambiente propicio para las inversiones extranjeras.

En este contexto, Abinader ha demostrado ser un líder que comprende las complejidades de un mundo interconectado, aunque su país no cuente con recursos tan codiciados como el petróleo. Bajo su mando, la República Dominicana ha conseguido posicionarse como un socio fiable en un tablero geopolítico donde cada movimiento cuenta. La administración dominicana, lejos de dejarse llevar por las corrientes de la política internacional, ha sabido trazar su propio rumbo, atrayendo inversiones y estableciendo alianzas que fortalecen no solo su economía, sino también su estatus como líder regional.

Este protagonismo en la escena internacional no es producto de la casualidad, sino el resultado de una estrategia diplomática inteligente y visionaria. Los Estados Unidos, conscientes de la estabilidad que la República Dominicana aporta a la región, han estrechado sus lazos con el país caribeño, buscando en esta relación no solo beneficios económicos, sino también una influencia positiva en la estabilidad regional. Las palabras de Blinken en su visita reciente son un claro indicio de que la alianza entre ambas naciones tiene un futuro prometedor y está llamada a ser un pilar para la seguridad y el progreso en el Caribe.

En última instancia, esta relación entre Estados Unidos y la República Dominicana es un reflejo de cómo las alianzas, cuando están cimentadas en intereses comunes y en una visión compartida de desarrollo, pueden perdurar y florecer. La República Dominicana ha dejado de ser un país más en la región para convertirse en un modelo de cooperación y crecimiento, con un papel cada vez más protagónico en la agenda internacional. A medida que continúe consolidando esta relación, el país tiene la oportunidad de seguir construyendo sobre estos cimientos, asegurando su lugar como un bastión de estabilidad y progreso en el Caribe.

El camino que Luis Abinader y su gobierno han comenzado a recorrer, con la cooperación de los Estados Unidos, es uno que promete un futuro brillante. La historia nos enseña que las naciones, al igual que las personas, necesitan momentos de oportunidad para fortalecer sus lazos, y este es sin duda uno de esos momentos. Con un horizonte despejado, la República Dominicana tiene en sus manos la posibilidad de convertirse en un referente de estabilidad y desarrollo en la región, un ejemplo de cómo la diplomacia y la visión estratégica pueden transformar el destino de una nación.

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Marino Berigüete

Diplomático de carrera,Abogado Máster en Ciencias Políticas, Máster en Relaciones Internaciones,UNPHU Postgrado Procedimiento Civil, UASD/ Escritor y Poeta.

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