Basilio Belliard y Kafka

Ir a la Zona Colonial se ha vuelto para mí, al igual que para muchos, un sacrificio que implica una mezcla de nostalgia y obligación. Sin embargo, aquella tarde la ocasión lo justificaba con creces. Mi buen amigo Basilio Belliard, poeta y pensador profundo, se disponía a ofrecer una conferencia sobre uno de los autores más enigmáticos de la literatura universal: Franz Kafka. La conexión entre Belliard y Kafka, aunque inesperada a primera vista, parecía tener una resonancia íntima, casi como si ambos compartieran un diálogo silencioso a través de los tiempos. Mi inquietud inicial por la densa atmósfera kafkiana se vio apaciguada por la expectativa de escuchar a Basilio.

El salón comenzó a llenarse lentamente de amigos, escritores, estudiantes y algunos curiosos, todos convocados por el atractivo magnético del autor checo. Kafka no es de esos autores que se pasan por alto. Su sombra se proyecta sobre la literatura contemporánea como una presencia inevitable, un espectro cuya mano invisible moldea el lenguaje, el pensamiento y el sentido mismo de lo que significa existir en un mundo absurdo. Aquella tarde, el ambiente parecía cargado de esa misma energía; como si el alma de Kafka estuviera presente en cada esquina del salón. Esa noche la tertulia de la librería Cuesta se había trasladado ahí.

Debo confesar, no sin cierto rubor, que Kafka no había sido nunca uno de mis autores predilectos. Su narrativa, impregnada de angustia existencial, instituciones ininteligibles y desolación, siempre me había resultado algo impenetrable, como una fortaleza a la que no lograba encontrarle la puerta de entrada. Pero algo cambió esa tarde. Fue la claridad con la que Basilio Belliard abordó los laberintos kafkianos lo que, de repente, me hizo abrir los ojos. Con una voz pausada pero firme, y una pasión evidente en cada palabra, Belliard logró iluminar lo que antes se me antojaba oscuro. Me sentí, de pronto, urgido a redescubrir a Kafka, a desandar los pasos y adentrarme nuevamente en sus territorios extraños.

Plinio Chahín, perpetuamente agudo y mordaz en su observación, percibió mi despertar con una celeridad que solo él podía manifestar. Con su característica habilidad para recomendar libros en el momento preciso, me instó a que considerara la adquisición de las “obras completas” de Kafka, que, sorprendentemente, habían experimentado una caída en su precio—una astucia que remite, sin duda, a sus orígenes árabes. No tardé en acoger su consejo. Así, el impulso por reconciliarme con el gran autor praguense se convirtió en una necesidad ineludible, como si el destino mismo me empujara hacia sus páginas, anhelando redescubrir aquellas laberínticas profundidades que habían dejado una huella indeleble en mi juventud literaria.

Nada menos que un llamado de regreso a la esencia de la condición humana, las obras de Kafka emergen como una breve luz en la penumbra del entendimiento, donde el sufrimiento y el absurdo no se presentan solo como temas literarios, sino como un reflejos de nuestra propia existencia. La invitación a este redescubrimiento no es solo una cuestión de lectura, sino un viaje a través de los laberintos de la mente, una búsqueda sin fin, donde cada página se convierte en un espejo que refleja la complejidad de nuestras ansias y temores.

Kafka es, sin duda, un autor cuya lectura exige paciencia y entrega. No es un placer inmediato ni mucho menos superficial. Su prosa, aparentemente sencilla, esconde una profundidad filosófica que abruma. Nos habla de seres humanos enfrentados a fuerzas más allá de su comprensión: máquinas burocráticas, sistemas opacos, reglas arbitrarias que parecen burlarse de la razón y la lógica. En este sentido, Kafka es el cronista de la alienación moderna, de esa desesperación que surge cuando el individuo se encuentra frente a instituciones que lo aplastan, lo reducen y, en última instancia, lo anulan.

Basilio Belliard comprendió esto con una claridad asombrosa. Desde su primera alusión a “La metamorfosis”, uno de los relatos más icónicos de Kafka, trazó el paralelismo entre la transformación física de Gregorio Samsa y la alienación existencial que todos sufrimos en algún momento de nuestras vidas. Al igual que Samsa, somos a menudo criaturas atrapadas en una piel ajena, desconcertados por un entorno que no nos reconoce ni nos entiende. Samsa, convertido en un insecto monstruoso, es el símbolo perfecto de nuestra incomodidad en un mundo que se ha vuelto extraño e inhóspito.

Otro punto central de la conferencia fue la obra “El proceso”. Belliard capturó la esencia de Josef K., un hombre que se enfrenta a un sistema judicial impenetrable, arrestado por un crimen que desconoce. La genialidad de Kafka, subrayada por el poeta dominicano, radica en la universalidad de esta experiencia: todos somos, de alguna manera, Josef K., atrapados en sistemas cuyo funcionamiento nos es ajeno, donde las reglas cambian sin previo aviso y el juicio es inevitable, aunque el delito nunca se nos revele.

Belliard también destacó la importancia de “El castillo”, donde Kafka lleva la idea del poder inalcanzable a su máxima expresión. El agrimensor K., en su lucha por acceder al castillo que gobierna la aldea, se enfrenta a una burocracia infinita, un laberinto administrativo que le niega cualquier avance. Es, en muchos sentidos, la metáfora perfecta de la lucha humana contra un poder invisible, impenetrable e incomprensible. En las palabras de Belliard, quedó claro que Kafka, más allá de su pesimismo, nos confronta con una verdad esencial: la vida misma es un constante intento de acceder a un “castillo” que siempre parece estar fuera de nuestro alcance.

Lo que más me sorprendió durante la conferencia fue la habilidad de Belliard para entrelazar la angustia personal de Kafka con su obra literaria. La compleja relación que Kafka mantuvo con su padre, ese permanente sentimiento de opresión y minuciosidad que lo acompañó a lo largo de su vida constituyó un tema recurrente en sus escritos. En su “Carta al padre”, Kafka desnudó su alma, revelando la inmensa sombra que la figura paterna proyectaba sobre su existencia. Esta relación, tensa y asfixiante, sirvió de trasfondo para muchos de los conflictos que sus personajes enfrentan, atrapados entre el deseo de cumplir con las expectativas y la necesidad de escapar de ellas.

Soy de la opinión de que, de haber tenido hijos, Kafka quizás habría encontrado respuestas a esos sufrimientos y angustias que lo atormentaban en relación con su padre. Tal vez la paternidad le habría ofrecido una nueva perspectiva, convirtiendo su dolor en un espacio donde reconciliar sus experiencias.

El conferencista también nos recordó la crucial importancia de un verdadero amigo, un aliado en el arte y en la preocupación por la escritura. En este sentido, no puedo dejar de pensar en Max Brod, quien, en un acto de lealtad y amor por la creación, se negó  incinerar los manuscritos de Kafka, desafiando así los deseos del propio autor. Si no hubiera sido por esa decisión, hoy este extraordinario escritor nacido en Praga podría haber permanecido en la oscuridad, un desconocido en los anales de la literatura, privado de la influencia que ha ejercido sobre incontables autores de la literatura universal.

Y es aquí donde la figura de Max Brod emerge con una relevancia crucial. Belliard subrayó que Kafka, en vida, instruyó a Brod para que, tras su muerte, destruyera toda su obra. Sin embargo, Brod, en lo que muchos han llamado una traición piadosa, ignoró estas instrucciones y decidió publicar los escritos de Kafka, dando forma, casi desde las cenizas, al legado literario del praguense. Este hecho, tan esencial para la posteridad de Kafka, abre un debate fascinante sobre la naturaleza de la creación literaria y el papel del albacea en la obra de un autor. Bloom probablemente señalaría que Brod, al salvar y editar las obras de Kafka, no solo actuó como custodio, sino como co-creador del mito kafkiano que influiría profundamente en la literatura del siglo XX.

Brod fue más que un simple albacea. Se convirtió en el puente entre Kafka y el mundo, en el arquitecto involuntario de una influencia literaria que, sin su intervención, habría quedado sepultada. Sin Brod, Kafka no habría sido posible, al menos no como lo conocemos hoy. Y en este sentido, el papel de Brod en la “angustia de la influencia” de Kafka se vuelve crucial. Si Kafka representa el enigma, el autor atrapado en sus propias dudas y angustias, Brod es el que libera ese enigma al mundo, asegurando que la lucha existencial de Kafka se transforme en una lucha compartida, en un legado literario que define nuestra modernidad.

Pero hoy Gracias a la mirada perspicaz de Basilio, hoy puedo afirmar que Franz Kafka se erigió ante nosotros no solo como un ser humano lleno de sufrimiento y de lo absurdo, sino como un profundo testigo de nuestra condición humana. Su obra, forjada en la fragua de la angustia, resuena con la inquietud de quienes habitan este mundo contemporáneo. Aquella tarde, en la Zona Colonial, Kafka dejó de ser para mí,  un enigma indescifrable. Se transformó, ante mis ojos, en una voz cercana, urgente y, sobre todo, necesaria, capaz de iluminar los laberintos de nuestra existencia.

En esta travesía de descubrimiento literario, no solo reconozco la impronta indeleble de un escritor en la historia, sino que también experimento la revelación de que sus palabras, transgresoras y desgarradoras, siguen resonando en nuestras propias vidas. A través de la inquebrantable amistad entre Brod y Kafka, encontramos la esencia del verdadero arte: una conexión entre almas que crea puentes a través del tiempo, desafiando lo efímero de la vida y otorgando permanencia a nuestras más íntimas luchas y dilemas en la vida u en la escritura.

Belliard, al concluir la conferencia, dejó claro para mí que el conferencista y universitario había logrado lo que muchos consideran imposible: hacer de Kafka un interlocutor cercano, casi íntimo. Lo hizo con una erudición clara y concisa. En su lectura apasionada, Belliard nos recordó que Kafka no es solo el escritor del absurdo y la desesperanza; también es el narrador de la fragilidad humana, de nuestra eterna lucha por encontrar sentido en un mundo que parece decidido a negárnoslo.

 Hasta el próximo artículo…

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Marino Berigüete

Diplomático de carrera,Abogado Máster en Ciencias Políticas, Máster en Relaciones Internaciones,UNPHU Postgrado Procedimiento Civil, UASD/ Escritor y Poeta.

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