
(Para Cheíto el fotógrafo del mi pueblo)
El fotógrafo alzó su caja de luz.
Esperó siempre el instante callado.
Sin saber nada, guardaba la hora.
Un niño quieto, la sombra de un perro.
La boda ardía en la plaza en silencio.
El muro blanco sostenía su calma.
Su mano leve detenía la brisa.
Hoy su ventana descansa cerrada.
El polvo cubre la huella en la mesa.
Mas en los rostros persiste su llama.
Vive su ojo en la sombra del día.
El alma espera sin ruido ni tiempo.
Nada se pierde si el mirar lo guarda.