Encrucijada electoral en Venezuela.

En este preciso momento del domingo 28, mientras los votos se cuentan meticulosamente en los colegios electorales de Venezuela, los cancilleres de naciones democráticas como República Dominicana, Argentina, Uruguay, Costa Rica, Ecuador, Panamá, Paraguay y Perú han alzado la voz exigiendo transparencia en el desarrollo de este proceso. ¿Podrán las urnas, en medio de esta encrucijada, poner fin a la dictadura que sofoca a la tierra de Bolívar?

Permítanme, desde mi escepticismo crónico, dudar de esta posibilidad. Aunque anhelo fervientemente presenciar una Venezuela renacida en democracia, la jibarizada realidad que nos ofrece el panorama actual es sombría y desoladora. Mientras la oposición y el gobierno alardean de supuestos triunfos, el Consejo Nacional Electoral se mantiene en ominoso silencio. Es probable que ninguna de las facciones en contienda, atrapadas en su encapsulado triunfalismo, esté dispuesta a aceptar los resultados decretados en las urnas, sin importar cuáles sean estos.

El abortado proceso electoral que hizo eco en 2018 exhibe inquietantes similitudes con la farsa que estamos presenciando en este domingo 28 de 2024.

¿Qué ha cambiado desde entonces? La persecución a la prensa y la oposición persiste, la cárcel engulle a más de ochenta opositores y la rigidez inclemente del régimen dictatorial, lejos de debilitarse, se haya ahora más vorazmente aferrada al timón del poder. El actual proceso electoral, bañado en tintes autoritarios, nos enfrenta a extremos insoslayables, como la proscripción de la candidatura presidencial de la destacada líder opositora María Corina Machado, quien ostenta una genuina legitimidad en la fervorosa aceptación de un significativo sector de la ciudadanía.

¿Dónde, en medio de este tumultuoso panorama, podría ingerirse el aire puro de la democracia en Venezuela?

En ningún rincón. ¿Será Edmundo González capaz de doblegar la tiranía? Aventuro mantener mis dudas, aunque anhele con febril emoción presenciar la caída de este régimen despiadado. Quizás vislumbremos un milagro. Los expertos en el análisis político coinciden al afirmar que la brecha que separa a ambas candidaturas es abismal, más mi escepticismo de que ganará la oposición, persiste.

La tiranía, hábil manipuladora, emplea las urnas como mero artificio de legitimación, sin la más mínima intención de arriesgar la pérdida ni de respetar el curso del proceso electoral. El dictador ya tiene los resultados predispuestos a su favor y está determinado a perpetuarse en el poder a cualquier precio. Él, sabe que es cautivo únicamente de dos destinos: vencer o rendirse a prisión, en estos días pronunció con ominoso orgullo las palabras de un autócrata despiadado: "somos dueños del poder popular, del poder militar, del poder policial, y de perder en estas elecciones, desencadenaríamos una carnicería, una guerra civil".

Este proceso electoral, envuelto en sombras, no encarna la genuina esencia democrática, nunca la ha encapsulado. Las armas y el poder yacen en manos de aquellos poderes supeditados al dictador. Conscientemente constatamos que el entramado del poder militar y su funestra colusión con el narcotráfico impiden ceder el poder con facilidad. Verdaderamente, este simulacro electoral representa una suerte de apertura a un posible retiro del poder, despreciando los resultados del día de hoy.

El espectro de las elecciones presidenciales en Venezuela no se reduce a una mera pugna de poder entre el chavismo, enquistado en las esferas del mando durante un cuarto de siglo, y la oposición. El acto de sufragio adquiere un peso colosal en el tablero geopolítico, en especial en la intrínseca red de naciones latinoamericanas. Este evento no constituye solo otro episodio en la tumultuosa historia política venezolana, sino un punto de inflexión capaz de redefinir las corrientes de poder en toda la región.

Durante más de dos décadas, el chavismo ha dominado la nación venezolana, levantando promesas grandilocuentes de justicia social y la inauguración de una nueva era para sus ciudadanos marginados. No obstante, la cruda realidad se encarna en una economía al borde del colapso, una diáspora masiva y una crisis humanitaria sin precedentes.

En los días precedentes a la jornada electoral, la tensión en el ambiente es palpable. Distintos líderes de la izquierda regional han trazado líneas rojas al presidente Nicolás Maduro, anticipando un escenario incierto e inquietante. Este apoyo lleno de recelos refleja la intrincada maraña de alianzas políticas en América Latina.

El rastreo de los acontecimientos internacionales a este respecto resulta vital. Las elecciones en Venezuela son observadas con lupa por Estados Unidos, la Unión Europea y otros actores globales, conscientes de que cualquier desenlace arrastrará consigo implicaciones que rebasarán las fronteras venezolanas. Una victoria del chavismo acarrearía consigo la persistencia de un régimen aislado y sancionado, mientras que un triunfo de la oposición podría abrir un cauce hacia un período transicional.

Para la oposición, estos comicios representan una coyuntura histórica para alterar el rumbo de la nación. Los líderes de la oposición han procurado aunar sus esfuerzos, con la consciente certidumbre de que solo mediante la unidad podrán enrostrar a un régimen tenaz y recio. Sin embargo, el escepticismo se mantiene enquistado en el seno de los votantes, muchos de los cuales contemplan el proceso electoral con reticencia, percibiéndolo como un tinglado amañado y manipulado.

América Latina, región históricamente marcada por injerencias y batallas ideológicas, bien podría hallar inspiración en los eventos en curso en Venezuela. La elección ocurrida este domingo no solo reviste importancia para los venezolanos, sino que puede desencadenar una nueva era en la política latinoamericana en su conjunto.

La oscuridad de la incertidumbre se cierne sobre el escenario político, pero una verdad se alza inmaculada: el desenlace de estos comicios reverberará con impacto profundo y duradero. Venezuela, en esta encrucijada crucial, y los elegidos por su sufragio podrán intuir el derrotero de la nación y de toda una región. En este preciso momento, cada voto se torna un acto de transcendencia, cada decisión cobrando una relevancia suprema, y el mundo aguarda con anhelo la culminación de este trascendental evento electoral que no ha terminado todavía con el anuncio del Consejo Electoral Venezolano.

A medida que cierro estas palabras, el Consejo Electoral venezolano proclama como vencedor a Maduro, profiriendo un desprecio flagrante hacia los principios democráticos. Aunque la oposición pueda exhibir una victoria moral, los venezolanos han desterrado el miedo y han nutrido la conciencia de que únicamente encarando el régimen podrán allanar el camino hacia un cambio genuino en Venezuela. La reacción de la comunidad internacional ante el régimen venezolano y sus garantes será observada con interés y escrutinio.

Siempre he contemplado que Nicolás Maduro solo abandonaría el poder a través de una fisura en alguna facción del sector militar, minando así su salida en una mesa de negociaciones, o bien a través de una intervención armada, si bien soy consciente de que ambas posibilidades se erigen como quimeras en el tablero geopolítico actual y su dinámica en el ajedrez mundial.

Que la misericordia divina se derrame sobre ese pueblo oprimido.

Seguiremos dándole seguimiento al postelectoral que apena empieza.

Hasta la próxima entrega.

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Marino Berigüete

Diplomático de carrera,Abogado Máster en Ciencias Políticas, Máster en Relaciones Internaciones,UNPHU Postgrado Procedimiento Civil, UASD/ Escritor y Poeta.

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