La Primavera Bolivariana

"Para comprender el presente es necesario examinar el pasado".

                                                                                            MB

En un rincón del mundo, donde las arenas del desierto se encuentran con las aguas del Mediterráneo, se gestaba un despertar que cambiaría para siempre la historia del Medio Oriente y el norte de África. La Primavera Árabe, ese torrente de esperanza y desesperación que comenzó a finales de 2010, fue un grito colectivo de hombres y mujeres que, hartos de la corrupción y la opresión, se lanzaron a las calles clamando por libertad, justicia y democracia.

Todo comenzó en Túnez, un país pequeño en extensión, pero grande en valentía. Fue la chispa de Mohamed Bouazizi, un joven vendedor ambulante cuyo sacrificio en diciembre de 2010 encendió la llama de la revolución. Su acto desesperado de autoinmolación fue una protesta contra la injusticia de un sistema corrupto que ahogaba las aspiraciones de su pueblo. La caída del presidente Ben Ali en enero de 2011 fue el primer triunfo, un rayo de esperanza en un cielo plagado de nubes oscuras.

El eco de Túnez resonó en Egipto, donde la imponente plaza Tahrir se convirtió en el epicentro de una lucha titánica. Miles de ciudadanos, armados solo con su coraje, se enfrentaron a la represión del régimen de Hosni Mubarak. Día tras día, sus voces retumbaron como un tambor de guerra, hasta que, en febrero de 2011, Mubarak se vio obligado a renunciar. Fue un momento de gloria, pero también el preludio de desafíos aún mayores.

En Libia, el levantamiento popular contra Muamar el Gadafi degeneró rápidamente en un conflicto armado. La intervención de la OTAN jugó un papel crucial, pero el costo fue alto. La caída de Gadafi en octubre de 2011 no trajo la paz esperada; en su lugar, el país se sumergió en una guerra civil interminable, un recordatorio brutal de que la libertad no se obtiene sin sacrificios.

Siria, por su parte, se convirtió en un escenario de horror indescriptible. Las protestas pacíficas contra Bashar al-Assad en marzo de 2011 se transformaron en una guerra civil devastadora. La violencia, las muertes y los desplazamientos masivos dejaron una cicatriz imborrable en la nación y en la conciencia mundial. Aquí, la lucha por la democracia se pagó con sangre y lágrimas.

En otros países, como Yemen, Bahréin y Argelia, el clamor por el cambio se alzó con fuerza variable, reflejando la diversidad de contextos y retos en la región. Cada nación vivió su propia primavera, con éxitos y fracasos, con esperanzas y desilusiones.

A pesar de sus desenlaces a menudo trágicos, la Primavera Árabe dejó un legado indiscutible. Fue una lección de dignidad, una demostración de que los pueblos, cuando se unen y alzan la voz, pueden desafiar a los más poderosos regímenes. Su impacto resuena aún hoy, inspirando nuevas luchas y reivindicaciones en distintas partes del mundo.

En la otra orilla del Atlántico, en la convulsa América Latina, se forja un nuevo capítulo en esta saga de búsqueda de justicia y libertad. Venezuela, asfixiada bajo el yugo del socialismo chavista, encuentra en las figuras como María Corina Machado y Edmundo González los líderes de lo que he llamado, por su propia naturaleza y sacrificio personal los abanderados en el siglo XXI de la nueva  “Primavera Bolivariana”. Este movimiento se ha imbuido del espíritu indomable de Simón Bolívar y se alza hoy contra la dictadura de Nicolás Maduro, desafiando la opresión con una determinación férrea desde la clandestinidad en que se encuentran hoy.

La condena internacional al régimen de Maduro por parte de diecisiete países es un paso significativo, pero las vacilaciones de otros actores globales en la Organizaciones de Estado Americano  revelan las complejidades y desafíos de esta lucha. “La Primavera Bolivariana” clama por una acción contundente, por una solidaridad auténtica que traspase fronteras y políticas. Es un momento de decisión, un llamado a la valentía y a la unidad del pueblo venezolano.

Así, en este cruce de caminos histórico, la Primavera Bolivariana se presenta como una luz de esperanza. María Corina Machado, con su espíritu combativo, encarna la resistencia y el anhelo de un futuro donde la libertad y la justicia sean realidades palpables. Este movimiento, enraizado en la memoria de Bolívar y en la pasión de un pueblo que no se rinde, aspira a restaurar la dignidad y la esperanza en una Venezuela que sueña con ser libre.

En las revueltas intrincadas de la historia latinoamericana, cuando los vientos de cambio soplan con intensidad y la voluntad popular se alza como un trueno en la noche, está surgiendo en las calles y los pueblos de Venezuela con un vigor inquebrantable “la Primavera Bolivariana”. En este retoño de rebeldía y esperanza, encabezado por la valiente María Corina Machado y el incansable Edmundo González, se está forjando el destino de un país donde la libertad ha sido sometida por el fraude electoral, pero no vencida.

En estos momentos de profundas convulsiones políticas y sociales, es cuando la esencia de un pueblo se revela en contra del monstruo de Nicolás Maduro y sus secuaces. La voz del pueblo venezolano, compuesta por jóvenes, mujeres, niños y madres, está resonando con la fuerza de mil truenos, proclamando su derecho inalienable a la libertad y a la dignidad. Es un testimonio vivo de que la democracia no es un regalo que se concede, sino un derecho sagrado que se reclama con pasión y sacrificio.

La Primavera Bolivariana no es solo un movimiento político, es el latido ardiente de un país que se niega a postrarse ante la tiranía y la opresión. Es la reivindicación de la memoria de aquellos que lucharon por la independencia y la justicia en tiempos no muy lejanos, y la promesa de un futuro donde la libertad sea el pilar sobre el que se erige la sociedad.

La lucha por la libertad de Venezuela no será una batalla fácil, ni estará exenta de sacrificios y riesgos. Pero es una cruzada que se libra con el alma enardecida y los corazones palpitando al unísono por un ideal común. Es un compromiso con las generaciones pasadas y un legado para las generaciones futuras, para que la llama de la libertad nunca se extinga en las llanuras de la injusticia y la opresión.

Es en este instante crucial, en este insomnio de sueños y desafíos, que “la Primavera Bolivariana” reclama su espacio en la historia, como un puño alzado a la valentía y la esperanza en medio de la tormenta. La lucha por la libertad de Venezuela no tiene marcha atrás, es un viaje que no tendrá retorno, avanzando con firmeza con lágrimas y sacrificio de vidas hacia un horizonte de dignidad y justicia que solo se alcanzará con el coraje y la determinación de un pueblo que anhela la libertad, tal como lo hizo alguna vez Simón Bolívar.

La comunidad internacional no puede dejar al pueblo venezolano solo en esta hora de lucha, angustia y desacierto, en este momento donde María Corina Machado ha preferido seguir en la tierra del libertador desde la clandestinidad, el camino de la lucha, en lugar de irse corriendo por miedo, exiliada a Costa Rica. Esta mujer de hierro incorruptible se la está jugando cada día por su pueblo, no puede el mundo que ama la democracia dejarla sola luchando contra el monstruo de Maduro y sus militares ligados a la narco dictadura.

La única fórmula conocida para sacar a un dictador sanguinario es tomar las calles, los aeropuertos de forma pacífica pero constante; al régimen no se le puede dar tregua. Pedirle que presente las actas al régimen dictatorial es regalarle tiempo para que, al igual que falsificó los resultados electorales, falsifique también las actas y coaccione a los delegados con amenazas para que las firmen.

¡Márchese ya, señor Maduro, deje a Venezuela en paz!

Hasta el próximo miércoles…

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Marino Berigüete

Diplomático de carrera,Abogado Máster en Ciencias Políticas, Máster en Relaciones Internaciones,UNPHU Postgrado Procedimiento Civil, UASD/ Escritor y Poeta.

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