La vegetariana de Han Kang.

Fue un miércoles cualquiera cuando, en la librería Cuesta, Jhonatan me extendió un libro que parecía pesado de silencio y misterio: “La vegetariana, de Han Kang”. Eran las doce del mediodía y la ciudad estaba nublada, pero con su bullicio acostumbrado. Me despedí de Jhonatan y, con el libro bajo el brazo, me dirigí al restaurante Boga Boga. Esa tarde, tenía un compromiso para la grabación del programa “Letras de café”, con Julissa como invitada; sin embargo, al recibir el plato frente a mí, antes de siquiera probar un bocado, no resistí la tentación de abrir las primeras páginas. Bastó una frase para que la prosa de Han Kang me atrapara con un ímpetu casi obsesivo. La narrativa de Kang tenía el magnetismo de lo prohibido, de aquello que, bajo su aparente sencillez, parece esconder todo un universo de complejidades y contradicciones humanas.

La novela, como su protagonista Yeonghye, me cautivaba con un misterio que no parecía posible descifrar del todo. Entre un bocado y otro, mi mente trataba de conciliar la historia con mis propias reflexiones. Pero el almuerzo pasó rápido, y sin remedio, debía irme al canal, con el libro aún en mi mente. Basilio, al echarle un vistazo a la novela, sintió el mismo impulso que yo: quería llevársela (robársela) consigo, atrapado quizá por el misterio de la portada, o por ese magnetismo que las obras nuevas e inusuales suelen despertar en los que buscan entre las páginas algo más que simple entretenimiento, algo nuevo que leer. Lizamavel, en un gesto de complicidad, le ofreció con una sonrisa pedirle la novela más adelante, pero Basilio, se delató con su voz, con esa  extraña reverencia, de impaciencia lectora y  prometió conseguirla por su cuenta con su hijo.

Esa noche, terminado el programa, regresé a casa decidido a devorar cada palabra. La novela me retuvo hasta bien entrada la madrugada. Kang había creado una obra perturbadora, una obra de capas, donde cada decisión, cada pequeño acto, cargaba un peso existencial que parecía sobrepasar las palabras mismas. La historia de Yeonghye —esa mujer que decide dejar de comer carne y, en su aparente simpleza, desata una serie de eventos imprevistos— es una exploración del derecho individual frente a las imposiciones sociales, un manifiesto en el que lo más radical no es el acto en sí, sino el espacio de libertad que este abre, un espacio en el cual los personajes —y el lector— se ven confrontados consigo mismos.

Han Kang teje su narrativa como un cirujano que disecciona, con una precisión que resulta tanto estética como moral. Nos sumerge en los aspectos más oscuros de la psique humana y nos enfrenta a la alienación, al dolor de la incomprensión y a ese abismo que existe entre lo que deseamos ser y lo que terminamos siendo. En muchos aspectos, la novela recuerda a Kafka, no en el sentido de una transformación literal, sino en la manera en que los actos se vuelven absurdos al ser mirados a través de los ojos de la sociedad. Para los personajes que rodean a Yeonghye, su decisión es una locura, una excentricidad incomprensible que amenaza el orden familiar y cultural. Y el lector, atrapado en esa misma tensión, intenta hallar una lógica, una explicación racional a lo que es, en esencia, una búsqueda de libertad.

El lenguaje de Kang es implacable; cada frase, corta y afilada, parece latir con una intensidad visceral. La prosa, casi clínica en su precisión, se convierte en una especie de espejo oscuro en el cual miramos nuestra propia incapacidad para comprender la otredad. Kang obliga al lector a sentir el peso de la incomodidad, a cuestionar sus propias concepciones de normalidad. Esa incomodidad es la que empuja la historia hacia adelante, como si el lector, más que desear comprender, deseara atravesar el mismo proceso de la protagonista.

Pero La vegetariana no es simplemente una exploración de los límites de la psique humana; es también una meditación sobre el derecho al cuerpo propio, un derecho tan básico que, en su misma obviedad, parece revolucionario. En la sociedad que construye Kang, donde cada individuo parece estar condenado a una vida de apariencias y convenciones, el acto de Yeonghye de rechazar la carne es un grito silencioso, una subversión que estremece, que desestabiliza. Porque Han Kang no solo cuenta una historia; desafía al lector a repensar las estructuras invisibles que rigen nuestra existencia y a reconocer cuánto de nuestra vida está condicionado por expectativas ajenas.

Terminada la lectura, una profunda sensación de inacabado se apoderó de mí; la historia de Yeonghye no había llegado a un final definitivo, sino que sus ecos continuaban resonando en los oscuros rincones de mi mente, planteando interrogantes que flotaban en el aire y desintegrando certezas previamente firmes. “La vegetariana” es más que una simple novela; es una experiencia que desafía lo inefable, aquello que escapa a nuestra capacidad de encasillar y racionalizar por completo. Como ocurre con las grandes obras de la literatura universal, la obra de Han Kang nos ofrece una lección profunda: el verdadero acto revolucionario consiste en ser fiel a uno mismo, aun cuando ese compromiso nos conduzca al abismo de lo desconocido y lo complejo.

Con fervor renovado, espero que alguna de las editoriales presentes en la Feria Internacional del Libro tenga la valentía de llevarla a los lectores. Verdaderamente, hacía tiempo que no me sumergía en una novela tan absorbente, una que me envolviera desde la noche hasta el amanecer y me mantuviera cautivo en sus páginas, como lo hicieron en su momento, “Cien años de soledad”, “Rayuela” o “El extranjero”. Una obra que, al final, se convierte en un viaje a través de la memoria, la identidad y la búsqueda de nuestra propia verdad.

Hasta el próximo artículo…

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Marino Berigüete

Diplomático de carrera,Abogado Máster en Ciencias Políticas, Máster en Relaciones Internaciones,UNPHU Postgrado Procedimiento Civil, UASD/ Escritor y Poeta.

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