Un poema a la guerra.

Hombres de la guerra

Volodímir Zelenski,

Vladímir Putin,

Joe Biden,

Abdel Fattah al-Burhan,

Benjamín Netanyahu,

Mahmoud Abbas,

Min Aung Hlaing,

Rashad al-Alimi,

Bashar al-Ásad,

Bola Tinubu,

Sahle-Work Zewde,

Abiy Ahmed,

Hibatullah Akhundzada.

estos son los hombres de la guerra:

Zelenski despierta en el fragor de una llama incesante,

la tierra de Ucrania arde bajo sus pies,

él es la chispa que no se apaga,

el grito que atraviesa los escombros,

mientras las bombas caen como relojes rotos,

marcando un tiempo que no entiende de treguas.

Pero su voz no viaja sola,

pues en el horizonte,

Putin observa desde las sombras,

tejiendo con su mirada las redes del conflicto,

como un dios ausente que juega con los destinos

de aquellos que nunca conocerá.

Joe Biden, en la distancia,

con las manos llenas de tratados y promesas,

mueve fichas en un tablero invisible,

su voz resuena en los pasillos de la historia,

prometiendo paz y guerra al mismo tiempo.

¿Es él el viento que aviva las llamas

o el que intenta apagarlas desde lejos,

con palabras que no logran sofocar el rugido

de un mundo al borde de la fractura?

En Sudán, Abdel Fattah al-Burhan

mira las nubes de polvo levantarse,

las ciudades se deshacen en sus manos

como castillos de arena en la tormenta.

Allí, en esa grieta del mundo,

la guerra no es metáfora,

es el hambre y la muerte

que llevan el nombre de los que sufren.

Netanyahu y Abbas,

dos nombres en un mismo eco,

el de una tierra dividida por la sangre y el sueño.

Ellos se enfrentan con palabras como espadas,

pero en el fondo,

la herida sigue abierta,

y los que mueren no son los que hablan.

Min Aung Hlaing,

desde Myanmar,

observa el silencio impuesto por las armas,

el silencio de los que no pueden alzar la voz.

Su sombra se extiende sobre un pueblo que tiembla,

mientras el mundo mira hacia otro lado,

como si las heridas que no se ven

pudieran olvidarse.

Yemen arde bajo el nombre de Rashad al-Alimi,

un país donde las arenas del desierto

se tiñen de rojo cada día,

donde el cielo se convierte en un campo de batalla

y la paz es solo un sueño que se desmorona

con cada explosión.

Bashar al-Ásad, en Siria,

es un nombre que el viento lleva cargado de polvo y muerte.

Su tierra ha sido devorada por el conflicto,

y el río de la historia arrastra cuerpos y gritos

que se hunden en la oscuridad de la indiferencia.

Bola Tinubu camina sobre las brasas de Nigeria,

un país donde las voces se entrecruzan

entre la esperanza y el terror,

donde el futuro es una pregunta

que no se atreve a responderse.

Sahle-Work Zewde y Abiy Ahmed,

nombres de Etiopía,

se alzan en una tierra donde las heridas se multiplican.

La paz se escribe en un papel frágil,

y el eco de la guerra siempre está cerca,

esperando su momento para volver a ser palabra.

Hibatullah Akhundzada,

nombre que resuena en las montañas de Afganistán,

es el silencio de un pueblo

que ha olvidado cómo se escucha el canto de la libertad.

Él es la sombra de un régimen

que oculta los sueños bajo un velo de terror.

La guerra no es de ellos,

pero ellos son los que la escriben.

El mundo se tiende bajo su pluma,

una página en blanco que se llena de sangre y polvo.

¿Nosotros, qué somos?

¿Los que miran sin intervenir,

o los que avivan la chispa que podría incendiar

o iluminar el final de esta historia?

Y mientras sus nombres caen

como piedras sobre el agua,

las olas se expanden.

¿Qué queda para nosotros

en este juego de sombras y humo?

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Marino Berigüete

Diplomático de carrera,Abogado Máster en Ciencias Políticas, Máster en Relaciones Internaciones,UNPHU Postgrado Procedimiento Civil, UASD/ Escritor y Poeta.

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